Wash-up, reza en los carteles exteriores del establecimiento. Y no, no se refiere al popular aplicación de mensajería móvil, aunque sea igual de novedosa y de contemporánea. Wash-up es una de las múltiples franquicias de lavanderías de autoservicio que, cada vez en mayor número, proliferan en las ciudades de España. Una oportunidad comercial muy apreciada entre los emprendedores que apuestan por un mercado novedoso todavía poco frecuentado y que, por otro lado, desean iniciar sus pasos en la despiadada piscina de tiburones que es el mundo de los negocios con el respaldo de una franquicia de experiencia contrastada.
Como cualquiera ha podido apreciar en una pantalla de cine o en la televisión de casa, las lavanderías de autoservicio son un recurso bastante popular en el ámbito anglosajón –Estados Unidos, Reino Unido, Australia, los países pertenecientes a la Commonwealth,…- e incluso en Iberoamérica. Su origen, en cualquier caso, se encuentra en la Texas convaleciente tras el descalabro económico que había supuesto el Crack de Wall Street de 1929. Dada la precariedad de las finanzas domésticas a consecuencias de la Gran Depresión, en muchos casos con las familias residiendo en viviendas privadas de electrodomésticos ahora considerados esenciales, el ahorro de agua, electricidad y detergente que ofrecían este tipo de establecimientos propiciaría que se convirtiesen en una alternativa satisfactoria para atender las necesidades de limpieza textil cotidianas -además de constituirse como un importante centro de la vida en comunidad-. Como ven, un contexto de crisis económica semejante al que se experimenta en la actualidad fue el que puso la primera piedra en un negocio que basa su prosperidad en el carácter asequible y eficiente de sus servicios. De hecho, la crisis que afecta a España desde 2008 ha propiciado que este tipo de lavanderías de autoservicio haya multiplicado por cuatro su presencia en la vieja piel de toro, escéptica y hasta el momento con escasa tradición en el lavado automático fuera de casa. Como, cabe decir, también había sido excepción en su día el concepto de comida a domicilio… «La incorporación de la mujer al trabajo y el crecimiento de los hogares unipersonales han hecho que las familias recurran a servicios externos para las tareas de la casa. El ‘take away’ (comida para llevar), las lavanderías… en nuestro país parecía haber un poco de reticencia a lo de lavar la ropa fuera, pero eso se ha acabado», comentaba el psicólogo social José Carlos Más para el diario 20 minutos. Es notoria su presencia, por ejemplo, en barrios madrileños identificados por la predominancia de pisos y apartamentos de amplia antigüedad y escuetas dimensiones.
La atractiva perspectiva alcista del mercado de la lavandería de autoservicio y el bajo riesgo que supone para el emprendimiento ha facilitado también la proliferación de este negocio. Aparte del desembolso inicial en la adquisición de la maquinaria y el establecimiento de la firma, el resto de dinero de la inversión se destina al mantenimiento puesto que, a tenor de la naturaleza del servicio ofertado, la contratación de personal para atender el negocio es muy limitada. Un aspecto éste que, además, se encuentra incentivado por las facilidades que otorgan las propias máquinas, diseñadas para disfrutar de una gran intuitividad en su puesta en marcha y para el cobro por el funcionamiento, con una tecnología sencilla, asequible y resistente al uso y el paso del tiempo. Entre los requisitos más importantes para iniciar la apertura de una de estas franquicias está, por supuesto, la de disponer del local apropiado a las necesidades de la inversión, que para empezar a dar rendimiento económico a la inversión demanda la instalación de al menos dos lavadoras de autoservicio y una máquina de secado dentro del contexto de un barrio de dimensiones estándar, sin competencia alrededor. Esto se traduce en un espacio de, como poco, 40 metros cuadrados. Por descontado, como se colige del párrafo anterior, la búsqueda del local idóneo debe dirigirse hacia barrios y distritos con una densidad de población elevada en el que los edificios estén compartimentados en pisos de escasos metros cuadrados y con poca equipación en lo que a electrodomésticos se refiere. Es el caso del casco histórico de las ciudades. Otras áreas de interés para invertir en lavadoras de autoservicio las proporcionan los centros habitacionales promulgados por la arquitectura de la escuela brutalista, de cierta antigüedad y con abundantes espacios para la vida en común, al estilo de ciudades en miniatura, o las viviendas estacionales y los complejos comunales –complejos turísticos, centros de esquí, residencias universitarias, etcétera,…-.