Los manillones de un cajón o de un armario son un accesorio útil que nos facilita abrir el espacio de almacenaje, pero es mucho más, combinados con el color del mueble le aportan belleza y singularidad. La imagen estética de un mueble está determinada, en gran medida, por los ornamentos que lo acompañan.
El mueble moderno se caracteriza por ser operativo y funcional. Presenta unas líneas rectas y posé una forma cúbica, con lógicas variaciones en el diseño. Está creado para que cumpla una función y quepa en el espacio disponible. Su atractivo principal está en el color, que ha de combinar con el resto de la decoración. Las asas, manillones y manillas con las que abrimos el mueble, rompen las líneas geométricas, sobresalen de su superficie y atraen las miradas. Dotan de personalidad al objeto. Según Manigrip, fabricante de manillas y accesorios para puertas y mobiliario, aportan un toque especial a cualquier mueble.
Es en el mueble castellano, fabricado durante los siglos XVI y XVII, cuando los ornamentos cobran un protagonismo especial. Son el broche perfecto para robustos muebles de madera tallados y esculpidos. Los manillones y cierres remarcan ese aire de elegancia y distinción de este mobiliario. Así han evolucionado estos ornamentos durante algunas épocas de la historia.
El mueble en el renacimiento.
La edad media fue una época gris y austera. Los muebles eran toscos y los acabados poco cuidados. En el mobiliario religioso, sobre todo en el periodo gótico, en el que se pretende impresionar a la población con la grandiosidad del poder divino, es donde se cuidan un poco los detalles, añadiendo a los muebles herrajes de cobre.
El renacimiento rompe con la oscuridad de la época anterior. La apertura de las rutas de comercio entre Europa y el extremo oriente, el florecimiento económico del Mediterráneo y, sobre todo, el descubrimiento de América cambian la situación. El hombre ya no tiene que esconderse ante la omnipotencia de Dios, sino que tiene todo un mundo por descubrir. Emerge con fuerza la arquitectura civil, prósperos comerciantes italianos construyen palacetes en Florencia y Venecia. No son nobles, ni altos jerarcas eclesiásticos, y, sin embargo, rivalizan en poder con ellos, convirtiendo sus puertos en ciudades estado.
Hay un gusto por la belleza, por las proporciones simétricas de la Grecia y Roma antigua. Los mercaderes se transforman en mecenas de los artistas, los ponen a su servicio para embellecer sus hogares. Cambian su vajilla y mobiliario movidos por el mismo interés por la sencillez y la belleza que denotan en las bellas artes.
El mueble más popular de la época es el cassone, un arca heredera de los arcones medievales de boda, decorado con sobre relieves y bajorrelieves tallados en madera, con algunos detalles remarcados con oro en polvo. A finales del siglo XVI algunos ebanistas le dotan de bisagras y cerraduras en bronce para proteger el interior. En ocasiones se parecen a los baúles, muebles ideados para transportar ropa y enseres durante los viajes.
Aparece en aquella época el escritorio, con una forma inspirada en los templos clásicos y múltiples compartimentos y cajones donde sus dueños guardaban documentos. Estos se abrían con pomos y cerrojos metálicos en sintonía con la decoración del mueble.
El mueble castellano.
Los muebles afianzan su carácter decorativo y se convierten en un símbolo de estatus social. Entre los siglos XVI y XVII se conforma el imperio español. Ciertas familias, por su posición social, disponen de unas riquezas que nunca se hubieran atrevido a imaginar, las han conseguido sin ningún esfuerzo, su tarea es conservarlas y transmitirlas a la generación posterior. Todo esto se da en un periodo en el que la mayoría de la población sobrevive a base de argucias, la picaresca, y donde el imperio entra rápidamente en decadencia.
España está inmersa en costosas y prolongadas guerras abiertas en varios frentes (Guerra de Flandes, la guerra contra el imperio otomano), acosada por potencias (Inglaterra, Francia, Holanda) que roban las riquezas que vienen de América en alta mar y luchan por arrebatarles pedazos de sus posesiones. Frente a eso, la aristocracia española, con poco o nulo espíritu emprendedor, resiste la embestida intentando salvaguardar sus privilegios.
Como reflejo de esa situación aparece el mueble castellano. Muebles fabricados en madera maciza de roble o nogal con voluminosos relieves tallados. Es un mueble sobrio, pero elegante, de tonos oscuros y decorado con medallones, escudos y motivos vegetales y árabes. La mayor parte de los artesanos eran moros conversos. Para engalanarlos se emplean materiales como madera de ébano, concha de tortuga, plata, oro, que se utilizan en contrachapados o incrustaciones.
Son muebles fabricados para durar siglos, que pasen de generación en generación como testimonio del abolengo del que en un tiempo disfrutó la familia, y que por su condición aún sigue manteniendo.
Se utilizan los herrajes metálicos pintados en negro, protegidos del óxido. Es frecuente ver tiradores, cerrojos y bisagras a la vista, resaltando sobre el fondo de la madera. Son conocidos sus inmensos armarios y los bargueños, parecidos a un mueble de escritorio dotado de múltiples cajones y con las patas torneadas. Para darle consistencia se incorpora la forja en la carpintería.
El mueble de época.
En el siglo XVIII se instaura en Europa el absolutismo monárquico, una consecuencia del proceso de acumulación de poder en manos de los reyes desde la edad media, para desmarcarse de la nobleza y de la burguesía que estaba cogiendo fuerza en las ciudades. Todo el poder recae en una misma persona, el rey. Como monarca absoluto fue conocido Luis XIV de Francia, autodenominado como el Rey Sol, pero también la zarina Catalina La Grande de Rusia y la dinastía de los Borbones en España, que pretendían implantar el sistema político de sus primos, los monarcas franceses.
Los reyes de la época imponen un estilo de decoración glamuroso y sobrecargado, reflejo del poder que ostentan. El resto de la corte y las clases más acomodadas pretenden imitarlo.
Los muebles son más pequeños y menos aparatosos que en siglos anteriores, pero destacan por sus acabados de lujo, intentando emular los dibujos del tapizado de sillas y el empapelado de las paredes. Se emplea con frecuencia la marquetería pictórica, con sobre chapados que recubren todo el mueble, pintados con diferentes barnices y reproduciendo motivos florales. Se le llegan a aplicar hasta 40 capas de barniz para lograr un lacado brillante.
Las líneas de los muebles son más curvas y vistosas, abombando las superficies y la forma de las patas. Abundan las molduras en bronce dorado y se introduce la cerámica pintada en picaportes y manillas. De aquella época son frecuentes los aparadores, los tocadores, el bouró (una especie de escritorio) y se inventan algunos tipos de sofá como la chaise longue o la Paphose, que se utilizaba frente al tocador.
Estilo neoclásico.
Con el triunfo de la revolución francesa se gira la mirada hacia las formas clásicas. La burguesía identifica a Grecia con la cuna de la democracia y se fija en la Roma de la república, anterior a Julio Cesar. En la consolidación de este estilo influye el descubrimiento de las ruinas de Pompeya en 1748, y la constatación real de cómo se vivía en aquella época.
El mueble neoclásico es pequeño, tiende a ser abombado y juega con la policromía. Utilizando distintos tonos de barniz, remarcando el marco de puertas y cajones. Se utilizan tiradores, manillas y manillones de metal troquelados con formas artísticas y con un baño dorado o niquelado. De aquella época son los recibidores y los muebles de biblioteca.
A mediados del siglo XIX, en plena época de esplendor del imperio británico, surge en Gran Bretaña el estilo victoriano. Un estilo que rescata maderas como el nogal, con una apariencia sobria que introduce tímidamente elementos exóticos de inspiración hindú o africana. Para los ornamentos de los muebles emplea metales de aspecto envejecido.
Estilo contemporáneo.
Es complicado englobar todos los estilos decorativos que aparecen desde la revolución industrial hasta la actualidad, pero sí hay una serie de rasgos comunes. El primero de ellos es la fabricación industrial. Los muebles dejan de ser producidos por artesanos y se fabrican en serie. Es más difícil encontrar un mueble original, pero también los hacen más asequibles al conjunto de la sociedad y existen menos diferencias entre los que utilizan los diferentes estamentos sociales. Dejan de ser un reflejo de la posición social para transmitir el buen gusto del propietario.
Hay un predominio de la funcionalidad sobre la estética. Los muebles se fabrican para cumplir una función y satisfacer una necesidad, por delante a que puedan parecer bonitos. Esto no anula que existen distintas calidades y de que se invierte en diseño.
Por último, aparece la utilización de nuevos materiales. Se utiliza menos la madera natural y se emplean los conglomerados, la melanina, los laminados, y se incorporan otros elementos como el aluminio, las resinas, el plástico, etc. Los herrajes y ornamentos, antes fabricados en bronce, se producen mayoritariamente en latón.
A pesar de la fabricación en serie de los muebles, cualquier persona puede darle un toque personal cambiando las manecillas, asas y ornamentos decorativos, colocando aquellos que más le gusten.